Recientemente me preguntaron acerca de una experiencia que haya tocado mi corazón de manera significativa, a lo largo de mi caminar en el servicio a la niñez, y recordé que, en una de mis visitas a una red, durante el tiempo de la reflexión bíblica, mientras la pastora hablaba a un grupo de niños y niñas sobre la importancia de aceptar a Jesús en sus vidas para ser inscritos en el libro de la vida, se acercó un niño de unos 7 añitos y me dijo: “¿Cómo puedo estar inscrito en el libro de la vida, si ni nombre tengo?”…Y agregó, “parece que nadie tenía interés que fuera al cielo.”; sus hermosos ojos cafés se llenaron de lágrimas y me abrazó fuertemente y lloramos juntos un buen rato…

Ese niño no tenía un nombre formal. No estaba inscrito legalmente en los registros de nacimiento. Esa experiencia me hizo recordar las palabras del teólogo alemán Bonhoffer cuando expresó: “Si tan solo entendiéramos la expresión del Padre Nuestro cuando dice “venga tu Reino”, podríamos comprender cómo se hace Dios presente en el mundo.”

Algunas veces pareciera que todavía carecemos de esa claridad y tomamos la ruta de la evasión, cuando hacemos del Evangelio un mensaje que no tiene nada que ver con las necesidades de las personas aquí en la tierra o cuando siendo cristianos nos olvidamos que Dios es el Señor de este mundo y como dice un teólogo latinoamericano, “nos desgastamos en construir Su Reino por cuenta propia”.

Como organización nos esforzamos por lograr el acercamiento del Reino de Dios a los niños y niñas, a través de hombres y mujeres que se unen a trabajar para ser parte de su transformación integral, y para facilitar un cambio positivo de su realidad; para así juntos pedir al Señor que “venga su Reino”, convencidos que estamos pidiendo que la Iglesia cumpla su rol como agente de transformación espiritual, pero también social.

Si recordamos el testimonio inicial, sobre el niño sin nombre, transformación para su caso significaría el proceso de recuperar su verdadera identidad y descubrir su verdadera vocación. Permítanme hacer mías las palabras de Samuel Vinay cuando dice: “…la verdad transformadora es que los pobres y no pobres, los niños, las niñas, las mujeres y los hombres, han sido creados a imagen de Dios y son de suficiente valor para Dios como para justificar la muerte de Su Hijo Jesucristo, para restaurar la relación con Él y para otorgar dones que contribuyan al bienestar de sí mismos y de la comunidad”.

Como iglesia llamada a la transformación positiva, tenemos el reto de lograr que los niños y niñas que hoy tenemos el privilegio de servir, logren afirmar su identidad en Dios, sepan el valor incalculable que tienen, que sepan que son dignos y que pueden jugar un papel fundamental en la transformación de su realidad, haciendo uso de la vocación que Dios les dio.

Es un desafío para la Iglesia proponer soluciones que sean congruentes con el Reino de Dios. El reto es construir una agenda desde la perspectiva de la transformación que viene de Dios y hacer partícipes a los niños, niñas y adolescentes en la construcción de soluciones y juntos como comunidad cristiana, logremos lo que siempre ha sido la voluntad de Dios: Que tengan vida y que la tengan en abundancia, para que la oración del Padre Nuestro sea una realidad para ellos y ellas y puedan decir con criterio: Padre Nuestro que estás en los cielos santificado sea tu nombre VÉNGANOS TU REINO Y HÁGASE TU VOLUNTAD.

Carmen Álvarez

Directora Regional

Viva juntos por la niñez